Brideshead 2
Unha das esceas máis estimulantes, tanto na novela coma na serie.
"Wilcox se alegraba de nuestro interés; le pedimos que nos subiera botellas de cada uno de los arcones y, durante aquellas tranquilas veladas con Sebastian, descubrí realmente el vino, sembrando así la semilla de una rica cosecha que me procuraría consuelo durante tantos años estériles. Nos sentábamos él y yo en el saloncito pintado, con tres botellas abiertas sobre la mesa y tres vasos delante de cada uno. Sebastian encontró un libro sobre el arte de catar vinos y seguimos sus instrucciones al pie de la letra. Calentábamos ligeramente el vaso a la llama de una vela, llenábamos tres cuartas partes, haciamos que el vino se arremolinara, lo sosteniamos cariñosamente entre las manos, lo levantábamos hacia la luz, aspirábamos su aroma, y tomábamos un sorbo, llenándonos la boca, haciéndolo pasar por encima de la lengua, y chasqueando ésta contra el paladar como quien echa una moneda sobre el mostrador. Inclinábamos la cabeza hacia atrás y dejábamos caer suavemente el líquido por la garganta. Luego haciamos comentarios sobre el caldo mordisqueando unas galletas Bath Oliver, y pasábamos a otro vino; volvíamos a probar el primero, y luego otro, hasta que los tres vinos iban circulando, se confundía el orden de los vasos y confundiamos la identidad de cada vino. Nos pasábamos los vasos uno a otro hasta reunir seis, algunos con vinos mezclados, pues habiamos equivocado una botella. Entonces había que volver a empezar con tres vasos limpios cada uno y, al tiempo que las botellas se vaciaban, nuestras alabanzas se tornaban cada vez más exóticas:
- ... un vinito tan tímido como una gacela.
- Como un duende.
- Moteado, como el prado de un tapiz.
- Como una flauta que se tañe junto a tranquilas aguas.
- ... y éste es un vino viejo y muy sabio.
- Un profeta en su cueva.
- ... y éste un collar de perlas sobre un cuello blanco.
- Como un cisne.
- Como el último unicornio.
Y dejábamos la luz dorada de las velas del comedor para salir a la noche estrellada y sentarnos sobre el borde la fuente, refrescando las manos en el agua y escuchando medio borrachos su chapaleo y gorgoteo entre las rocas.
- ¿Crees que deberiamos emborracharnos todas las noches? - preguntó Sebastian una mañana.
- Sí, yo creo que sí.
- Yo también lo creo."
"Wilcox se alegraba de nuestro interés; le pedimos que nos subiera botellas de cada uno de los arcones y, durante aquellas tranquilas veladas con Sebastian, descubrí realmente el vino, sembrando así la semilla de una rica cosecha que me procuraría consuelo durante tantos años estériles. Nos sentábamos él y yo en el saloncito pintado, con tres botellas abiertas sobre la mesa y tres vasos delante de cada uno. Sebastian encontró un libro sobre el arte de catar vinos y seguimos sus instrucciones al pie de la letra. Calentábamos ligeramente el vaso a la llama de una vela, llenábamos tres cuartas partes, haciamos que el vino se arremolinara, lo sosteniamos cariñosamente entre las manos, lo levantábamos hacia la luz, aspirábamos su aroma, y tomábamos un sorbo, llenándonos la boca, haciéndolo pasar por encima de la lengua, y chasqueando ésta contra el paladar como quien echa una moneda sobre el mostrador. Inclinábamos la cabeza hacia atrás y dejábamos caer suavemente el líquido por la garganta. Luego haciamos comentarios sobre el caldo mordisqueando unas galletas Bath Oliver, y pasábamos a otro vino; volvíamos a probar el primero, y luego otro, hasta que los tres vinos iban circulando, se confundía el orden de los vasos y confundiamos la identidad de cada vino. Nos pasábamos los vasos uno a otro hasta reunir seis, algunos con vinos mezclados, pues habiamos equivocado una botella. Entonces había que volver a empezar con tres vasos limpios cada uno y, al tiempo que las botellas se vaciaban, nuestras alabanzas se tornaban cada vez más exóticas:
- ... un vinito tan tímido como una gacela.
- Como un duende.
- Moteado, como el prado de un tapiz.
- Como una flauta que se tañe junto a tranquilas aguas.
- ... y éste es un vino viejo y muy sabio.
- Un profeta en su cueva.
- ... y éste un collar de perlas sobre un cuello blanco.
- Como un cisne.
- Como el último unicornio.
Y dejábamos la luz dorada de las velas del comedor para salir a la noche estrellada y sentarnos sobre el borde la fuente, refrescando las manos en el agua y escuchando medio borrachos su chapaleo y gorgoteo entre las rocas.
- ¿Crees que deberiamos emborracharnos todas las noches? - preguntó Sebastian una mañana.
- Sí, yo creo que sí.
- Yo también lo creo."
Etiquetas: literatura, televisión
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